Els alumnes de 1r de Batxillerat han treballat, dins l’assignatura de Llengua Castellana amb la professora Ada Rite, l’assaig. Ho han fet a partir d’una lectura d’un recull de contes escrits per dones que pertanyen a diferents literatures. Us presentem els assajos que han escrit l’Anna Campà i en Nicholas Vaz Reay, a partir del conte de l’escriptora barcelonina, Rosa Ribas.
(Foto: Quadre Muerte y vida, de Gustav Klimt)
La Condena Narrativa por Nicholas Vaz Reay
Al igual que ciertos deportistas buscan subidones de adrenalina, los cocineros un plato exquisito y los pintores la tonalidad ideal de color, los lectores buscamos historias que nos evoquen las emociones más intensas posibles. Obviamente, las preferencias y reacciones varían entre un lector y otro, puesto que la interpretación de una obra es una experiencia altamente personal.
En mi caso, opino que el arquetipo más trágico e intenso es el del personaje condenado irreversiblemente. Aquellas veces en las que el protagonista no tiene esperanza alguna, pero que sigue resistiéndose a lo que le exige la narrativa y que, como bien expresaban los griegos con el mito de Atropos, desenlaza su propio destino en el mismo proceso de intentar cambiar o evitarlo. No solo se trata de los personajes, sin embargo. El lector, sumergido en la historia y espectador a tiempo real de la narración, se ve obligado a mantenerse a un lado, impotente e incapaz de avisar al protagonista de la inminente tragedia o de ayudarlo. Y es que por muchas veces que leamos o escuchemos el mito, la leyenda o la historia que sea, no podemos cambiar su desenlace.
Como género literario, la tragedia se remonta a las primeras obras teatrales griegas, como podemos observar en muchos de los mitos que han sobrevivido hasta hoy. En su contexto histórico, estas historias tenían a menudo una función didáctica y servían para transmitir lecciones de vida o consejos. Un claro ejemplo de esto es, por supuesto, Ícaro, que se acercó tanto al sol en su euforia por volar que acabó quemando la cera de sus alas, cayendo hasta su muerte. Los detalles pueden variar entre una versión u otra, pero la enseñanza del mito era evitar lo que en la Antigua Grecia llamaban “Hubris”, o soberbia y desprecio por los dioses. Ciertamente, toda persona que oiga el nombre de Ícaro piensa inmediatamente en la imagen de un joven cayendo del cielo envuelto por unas alas llameantes, cual ángel exiliado. Sin embargo, creo que tendemos a olvidar que antes de caer, Ícaro también voló.
Existen tantos otros mitos similares a este, que urgen cautela, templanza u otras virtudes. De hecho, el arquetipo condenado es tan poderoso en la reacción que genera que podemos encontrar figuras trágicas veneradas en todas las sociedades del planeta, e incluso uno de los personajes históricos más relevantes es también víctima de su narración. Con esto me refiero, por supuesto a Jesús de Nazaret, nacido como un ser de amor y virtud que acabó (inevitablemente) martirizado en nombre de la humanidad, como un cordero condenado al matadero desde su nacimiento.
Lo que hace que estos personajes sean tan trágicos es su propia naturaleza e identidad. Tan solo porque un protagonista muera en una historia, no significa que estaba condenado. Opino que la verdadera tragedia ha de ser dependiente al personaje. Por ejemplo, si cambiáramos a Hamlet por Macbeth y viceversa, ambas historias se verían completamente cambiadas. Esta cualidad es aún más evidente con la Iliada de Homero: es la propia soberbia de Aquiles la que causa no solo su muerte, sino también la de su compañero del alma Patroclo.
La intensidad de este tipo de historias aprovecha también para contar narraciones románticas con las que el amor de dos personas es en sí una tragedia, como se ve claramente en Romeo y Julieta, o en el cuento de Rosa Ribas, titulado “La Ambulancia Negra”, que inspiró este ensayo. Remarco este cuento debido a la condena narrativa de sus personajes, pero con un final más aliviante que triste, demostrando la versatilidad del género.
En conclusión, las historias trágicas han estado presentes en nuestras civilizaciones desde su origen, y han tenido variedad de funciones desde su concepción. A día de hoy, no está tan presente en las obras modernas, pero de vez en cuando surge una gema que me obsesiona durante semanas. Sugiero que todo el mundo encuentre, de alguna manera u otro, la historia que le haga sentirse de esta manera.
La muerte: ¿cómo visualizarla? por Anna Campà
La muerte, inevitable e irremediable, es una compañera silenciosa durante la travesía humana. Científicamente, la muerte es el cese del funcionamiento de los órganos de un individuo. Esta definición fría y objetiva expone la muerte como el completo fin que todo ser vivo está destinado a experimentar. Frecuentemente, la mortalidad es vista como un vacío sin remordimientos que acaba con toda experiencia y momento vivido, sin importar cuán bueno o malo fue. Por este motivo, la muerte es generalmente vista como la mayor villana de la historia de la vida.
La idea que se tiene sobre la muerte evoluciona a lo largo de las diferentes etapas de la vida. En la infancia, representa un tema desconocido e incomprensible. Aun si se conoce la palabra, los niños no suelen entender lo que la mortalidad conlleva. En nuestra sociedad, es común que los adultos eviten el tema en un aparente intento de conservar su inocencia. Cuando mi abuelo dejó este mundo, aun cuando mi primo era un crío, era común no aludir el tema frente a él, llegando incluso a acudir a la típica historia fantástica: el abuelo se fue a la luna. Este tabú únicamente logra que en la juventud, cuando se tiene la capacidad para comprenderla, genere una sensación de terror y miedo. ¿Es la muerte tan cruel para que no pueda tener voz en una conversación? ¿Por qué se evita, si nadie puede escaparse de ella? Pensamientos así recorren a lo largo de esta etapa. Sin embargo, cuando se llega a la vejez, irónicamente cambian las tuercas. La gente mayor, más próxima al final, suele visualizar la muerte con paz y tranquilidad.
En España, la muerte es motivo de tristeza y duelo: reluctancia a abordar el tema abiertamente, cementerios completamente lúgubres, negros entierros y lágrimas en abundancia. Sin embargo, hay otras culturas que festejan la muerte; premian la vida, todas aquellas oportunidades y experiencias vividas. Se celebra el fin de una forma única y preciosa. Aceptan el rol de la muerte y conviven con ella de una forma armónica. Es claro ejemplo de esta ideología la cultura mexicana, con una gran representación en la película “Coco”, que pese estar enfocada a un público infantil, muestra la muerte de una forma transparente y sin tabús.
Asimismo, solo aquellos que logran reconciliarse con la finitud de la vida son capaces de dar un significado pleno y valioso a la vida. Reconciliación no significa resignación, sino una comprensión serena que logra una construcción individual del sentido de la existencia. Tener un final se transforma en un gran motor que anima a perseguir metas y sueños, tal como se representa en el relato de “Ambulancia negra” de Rosa Ribas, donde la enfermedad de la chica la empuja a perseguir su gran sueño: viajar a Nueva York.
Según Sigmund Freud, las personas pueden dividirse según su percepción de la muerte: Thanatos, conscientes de la mortalidad, aquellos que logran la búsqueda del significado de la vida y Eros, centrados en el deseo y satisfacción personal para así ignorar la presencia inevitable de la muerte. Aquellos que aceptan la mortalidad pueden formar también fuertes principios y ser altamente fieles a ellos. Un ejemplo es el reconocido filósofo Sócrates, que prefirió visitar a la muerte antes que traicionar sus creencias.
Para mí, la reflexión sobre la muerte nos recuerda que, al final, abrazar nuestra propia finitud puede ser clave para comprender la belleza efímera de la existencia humana. La muerte, lejos de ser una sombra malévola, se convierte en una musa que nos impulsa a vivir de forma más auténtica, a amar de forma más plena y a encontrar un significado más profundo a nuestro paso por la vida.
